2013/04/17

Para Siempre (es mucho tiempo) I

                Puede que haya llegado el fin, el fin de todas estas historias, el fin de todas estas fantasías, puede que haya llegado el fin de regalar mi corazón cada noche, el fin de regalar mis besos a cualquiera. Y si continúo escribiendo será para contar nuestra historia, siempre de la misma persona, será nuestra historia, una historia que ojalá no acabe nunca.

                Yo quería pasarlo bien, lo tenía claro. Me propuse no comprometerme con nadie hasta los treinta, me propuse conocer bien a las personas con las que podría llegar a tener algo más. Comenzar consiguiendo  una bonita amistad. La verdad, lo estaba logrando, quedaba a menudo con ellos y teníamos una sana amistad que quería seguir alimentando.

                No tenía de qué preocuparme, quedaba con amigos y lo pasaba genial, no necesitaba más, pero seguía gustándome salir y conocer gente. Y aunque había muchos que no querían más que una noche de desenfreno también estaban los que querían ir poco a poco y conocer a la otra persona.

                Y con el plan de celebrar el cumpleaños de una amiga salimos una noche de martes. Ya habíamos quedado por la tarde, le tenía preparada una pequeña sorpresa, pero a la noche, ella, después de clase, quería ir a tomar algo y ver el partido.

                Entramos a una famosa cervecería del barrio donde un amigo mio atendía la barra. Mi amiga me esperaba con una tónica en la mano mientras hablaba por teléfono, alguien le estaba felicitando. Pedí una cerveza, charlé con el camarero y me puse a ver el partido hasta que mi amiga colgó. Charlamos y vimos juntas el partido, ni siquiera sabíamos quiénes jugaban.

                Estábamos cerca de las mesas, en una se sentaban unos señores algo mayores y en otra un par de chicos, uno rubio y otro moreno, aunque sólo veía a uno, el moreno me daba la espalda, el rubio estaba frente a mí, era muy guapo. De los señores también había uno que no dejaba de mirarnos y nos ponía de los nervios.

                De repente, el camarero vino a hablar conmigo, a descansar un poco y a charlar porque últimamente nos veíamos poquísimo. Mientras hablábamos saludó a alguien y desapareció un momento, fue a hablar con los dos chicos de la mesa, les conocía. Volvió con nosotras y en cuanto dijo ‘¡qué majos!, mi lengua que es más rápida que mi cerebro a veces soltó ‘y guapos’, ¡la que acababa de armar!

                El camarero sin dudar nos dijo que nos sentáramos con ellos, que él lo arreglaba con ellos, consiguió un par de sillas más para nosotras y allí fuimos. Mi amiga no quería, le daba mucha vergüenza y prefería que estuviéramos las dos solas hablando de nuestras cosas tranquilamente. Pero como ya nos había conseguido un par de asientos a su lado y yo había sido tan bocazas no podíamos quedar mal, nos armamos de valor y nos sentamos a su lado.

                Yo sólo había visto al rubio de frente y me pareció guapo, quería tenerle enfrente para poder verle mejor, le pedí a mi amiga que me dejara sentarme frente a él pero no me hizo caso.

                Ellos estaban más nerviosos que nosotras, no sé cómo, ni sobre qué empezamos a hablar, pero terminamos hablando los cuatro, conociéndonos y toda la tensión y la timidez se esfumó con la segunda copa de la noche.

                Frente a mí estaba el moreno, no podía mirarle a los ojos, fue verle y arrepentirme al instante de haber querido tener a su amigo delante y no a él. Estaré eternamente agradecida a mi amiga por no haberme hecho caso. Estaba muy avergonzado, se le notaba, se había ruborizado muchísimo, estaba monísimo, tenía una sonrisa que me atraía y no podía dejar de contemplarla, era una sonrisa perfecta con unos dientes blanquísimos, de película. De vez en cuando intentaba mirarle a los ojos, él también me miraba mucho, como si quisiera decirme algo pero sin atreverse. Noté varias veces como sus ojos se clavaban en mí.

                Al rato, cuando nos íbamos, el moreno de la sonrisa perfecta fue a pedir la cuenta. Volvió con el camarero, quería pedirme el número de teléfono pero no se atrevía, no sabía cómo. Fue el camarero quien nos dio un papel a cada uno para escribir nuestros teléfonos, los intercambiamos y aquí, conmigo, sigue su nota. Ese fue el primer momento en el que sentí que éramos sólo él y yo, todo alrededor desaparecía.



''Abraza, besa y ama siempre. Siempre que sea de verdad.''

2 comentarios:

  1. Pequeña picara cada vez que escribes mas me gustan tus entradas. Me tienes completamente enganchado a tu blog. Desde que conozco su existencia solo me gustan los miércoles y los domingos. Sigue así no pierdas esa chispa que pones al escribir.

    ResponderEliminar
  2. ¡Qué ilusión! Vaya, muchas gracias. Me alegro de que te gusten mis entradas y de que lo leas a menudo. Me encantaría saber quién eres y así poder darte las gracias con un café y una charla de por medio. Espero que sigas leyendo mis historias. Gracias de nuevo. Un abrazo.

    ResponderEliminar