Alguien que no fue, alguien que será.

1. ESCÚCHAME


            El final no es más que el principio y este principio acarreó el final. No lo quise yo, lo quisimos los dos.

Mi principio, este principio, se tornaba difuso; sólo lograba ver siluetas, imágenes, formas y contornos que dibujaban y desdibujaban trazos y líneas a su antojo, que no creaban algo fijo, que no dejaban de moverse y dibujaban y desdibujaban y creaban y eliminaban; palabras que me rodeaban, que bailaban y brincaban a mi alrededor, que se confundían entre las sombras, se confundían con la gente y yo no conseguía descifrar lo que mis ojos veían ni lo que mis oídos oían.

Por un momento reí y al poco tiempo volví a reír; escuchaba una voz entre todas las demás, más alta y más clara. Se dirigía a mí, me hablaba y aunque era más nítida que las demás, el bullicio no me permitía entender lo que decía. Intenté con todas mis fuerzas adivinarlo, me acerqué al foco del sonido, de donde emanaba esa melódica señal, pero todo fue en vano, si el tono de su voz se elevaba también lo hacía el del ruido que nos rodeaba.

Las imágenes continuaban difuminadas alrededor y noté cómo mis párpados empezaban a pesar, cerré los ojos un instante y me vi sumida en una oscura espiral. Sentía cómo me iba alejando poco a poco de esa voz, pero en mi interior sólo sentía felicidad, felicidad absoluta. Cuando al fin conseguí abrir los ojos ya no estaba, y volvía a oír los mismos sonidos y a ver las mismas siluetas desvaneciéndose unas con otras, pero ya no me reía como antes, no sentía esa dicha en mi interior. Se había ido.

                De repente desperté, otra vez, esta vez sabía dónde me encontraba, conocía el lugar y las imágenes eran nítidas y los sonidos claros. Me acurruqué en mi cama intentando recordar, podrían haber pasado horas, días incluso, había perdido por completo la noción del tiempo. No sabía qué hacía allí, ni cuándo había llegado. No entendía qué me había pasado. Todo podría haber sido un sueño, pero algo me decía que no. ¡No! No pudo haber sido sólo un sueño, pero no sabía más, esa voz me inquietaba, y más lo hacía ese sentimiento que suscitó en mí, algo tuvo que provocarlos y no sabía qué.

                Me levanté decidida a averiguarlo, cogí lo primero que encontré en el armario y empecé a andar. Salí a la calle buscando pistas, señales, buscaba por todos los rincones algo que me dijera qué era aquello, agudizaba mis oídos por si volvía a oír esa voz. Al principio corría, miraba, observaba y examinaba todos y cada uno de los lugares a mi paso. Caminaba por calles que conocía bien, calles de mi barrio, de mi ciudad, hasta que de pronto, sin darme cuenta, me hallaba lejos, no recordaba qué camino había tomado, no sabía volver, mis piernas empezaron a fallar, la noche había caído y no me percaté de ello hasta que su frío caló mis huesos.

                Volvía a estar perdida como tantas otras veces, solo que esta vez no estaba perdida en pensamientos triviales o en mis castillos en las nubes, estaba literalmente perdida. Bajé el ritmo y caminé despacio, ya no me paraba a mirar en los recónditos lugares que investigaba unas pocas horas antes. El frío y el cansancio habían hecho mella en mí, me arrepentí de no haberme parado unos segundos más a pensar en la ropa que me puse, apenas podía ver, me sentía mareada y confusa, ‘¿habría perdido completamente el juicio?, ¿ciertamente sucedió aquello o empezaba a confundir los sueños y la realidad?’.

                Estaba buscando algo y pretendía encontrarlo.

                Entonces, volvió, esa voz… El sonido de las gotas de la lluvia que hacía poco habían empezado a caer desapareció, las hojas aleteando con el viento enmudecieron, los búhos dejaron de ulular en la noche, todo paró, como si ese frío que sentía en mi cuerpo hubiera congelado el tiempo por unos instantes. Esta vez todo era diferente, esta vez únicamente se podía apreciar una cosa: la voz.

                Y con ella dejé de sentir frío, sólo había calma, quietud y, de nuevo, felicidad. Sin embargo no podía verla, tampoco tocarla, sólo la escuchaba. Me susurraba al oído, esa voz era cálida, serena, me recordaba al hogar que nunca conocí, pero no entendía sus palabras, una y otra vez intenté pedirle que me lo repitiera, pero mis labios no se movían; como todo a mi alrededor, mi cuerpo permanecía inmóvil.

                Tuve que abrir mis ojos, la luz me cegaba. Tras la fría y lluviosa noche se alzaba un día en el que el sol reinaba en el cielo, no se veía ninguna nube y no había signo alguno de que pudiera volver a llover. Estaba en un prado, la hierba estaba mojada y noté que mi ropa también, caminé hacia una zona rocosa, al este, donde poder tumbarme para secar mi ropa y entrar en calor y caí en la cuenta de que anoche debí desmayarme mientras caminaba. Pero recordaba algo… Esa voz… Otra vez… ‘¿Qué probabilidades había de que soñara dos noches consecutivas con lo mismo? Realmente me estaba volviendo loca. Echar a correr en busca de un sueño... es de locos…’

‘¿… o quizás no?’

                Recordé cómo el frío de mi cuerpo se disipó cuando la oí, recordé cómo la voz me resultaba familiar, cómo yo era incapaz de dirigirme a ella y que no lograba comprender lo que me decía… Sin embargo, ahora lo entendía, sabía exactamente que era aquello que me susurraba al oído y aunque no era capaz de comprender cómo de repente todo cobró sentido no busqué más explicaciones. Sólo me estaba diciendo una cosa, sólo una palabra repetida varias veces.

                ‘Exael…                Exael…                 Exael…                  Exael…’

                Era su nombre, la voz tenía un dueño:


                Exael.


2. EL MUNDO AL REVÉS


                Exael. ¿Qué era aquello? ¿De dónde provenía? ¿Por qué a mí? Necesitaba respuestas. Necesitaba encontrarle, saber cómo y dónde buscarle. Necesitaba… Necesitaba sentir ese calor, esa calma y su presencia de nuevo; escuchar su voz entre susurros, que de un momento a otro apareciera y me diera un vuelco el corazón. Hasta entonces él me había encontrado a mí, o eso era lo que yo pensaba porque siempre que se manifestaba yo me hallaba en una especie de trance.

                Me tomé unos minutos para observar a mi alrededor y nada estaba bien. No era un mundo como el que yo conocía, no era como el lugar donde vivía. Me aterroricé. Había andado hasta caer exhausta la noche anterior, sí, pero, ¿en qué momento traspasé el portal hacia ese extraño territorio? Todo era diferente, hasta yo me sentía diferente. Parecía más ligera, me sentía capaz de volar y las rocas… ¡las rocas se movían! Tenían vida propia. Di un respingo cuando la roca sobre la que yacía se sacudió y caí al suelo. ¿Qué lugar era ese? Me sentía como Alicia en el País de las Maravillas.

                Todos los cuentos de hadas, de brujas y magos podrían ser realidad y allí estaba yo, bajo un cielo que no era azul y con rocas, árboles y montañas que caminaban a su antojo modificando el paisaje una y otra vez. Nada tenía sentido para mí, no sabía cómo actuar y durante horas vi cómo el terreno que antes era boscoso y llano se tornaba desigual y se llenaba de montañas, o cómo de un momento a otro los árboles arrastraban con sus enormes raíces toda la tierra y hierba a su paso dejando a la vista gigantescas y extrañas piedras de color negro azabache. Comprobé que cada lugar acarreaba un clima diferente, tan pronto pude vislumbrar cómo a lo lejos se levantaba una increíble tormenta mientras que en el punto donde yo estaba no caía ni una gota. De repente ante mis ojos la tierra se volvió arena y los árboles dieron paso a un extenso y profundo mar.

                Terminé maravillada y quise descubrir esta nueva y enigmática zona del cosmos. Aunque había algo que me molestaba bastante, había algo que aún no había visto. Ni una mosca, mosquito o bicho fastidioso zumbando por allí, ni un animal, ni siquiera al Conejo Blanco que siempre iba con prisa. Todo eran plantas, arbustos, árboles y una gran amalgama de negras piedras.

Sin embargo ese mar era distinto a todo lo que había alrededor, me transmitía quietud, calma, fuerza y libertad, estaba llena de energía. Caminé sobre la arena sintiendo el sol en mi piel, era tal el calor que irradiaba que enseguida me zambullí en las cristalinas aguas de aquel océano. No me inquietaba lo que pudiera encontrarme allí. Parecía que ese lugar y Exael estaban conectados, los sentimientos que suscitaban en mí eran idénticos.

                Ese pensamiento, Exael, me devolvió a la realidad, o a la realidad alternativa donde me encontraba. Tenía que encontrarle. Sería una complicada misión, más aún cuando el mar donde había pasado las últimas horas había decidido cambiar de ubicación mientras yo nadaba en él. Estaba hambrienta, tendría que descubrir los secretos que albergaba esa tierra, conseguir comida, un lugar donde dormir y sobre todo agua.

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