Nos
conocíamos, nunca habíamos hablado, surgió de repente, noches sin dormir,
conversaciones por teléfono, y parecía que no podíamos vivir el uno sin el otro.
No pasaba un día sin que habláramos, no pasaba un día sin ilusionarme al leer
sus mensajes, no pasaba un día sin que pensara en él. Me decían que me iba a
enamorar, pero sabía que él no quería enamorarme, y yo, no quería dejarme
enamorar.
Salimos
juntos una noche, nos besamos, mi cabeza dio vueltas, giraba a una velocidad
estrepitosa, fue arriesgado pero le dije que sí, que sí, que sí quería estar
con él, y la velocidad a la que giraba mi cabeza fue la velocidad con la que
empezó nuestra relación. Daba vértigo...
Necesitaba
ir despacio, con calma, frenamos, y todo era genial.
Todo…
Todo
era bonito hasta que se estropeó, y ahora me dicen que nada es para siempre. No
fue una relación demasiado intensa, tampoco muy larga. Y, sin embargo, los
cuentos de hadas y princesas parecían reales, todo lo que quería hacer quería
hacerlo con él, y lo que no también, todo con él.
Todo…
Todo
es fácil cuando piensas en ello, cuando las intenciones son sólo eso,
intenciones.
Nos prometimos
un amor duradero, eterno, invencible y perdimos. El tiempo hizo que perdiéramos.
Estábamos tan centrados en nosotros mismos que no pudimos ver más allá.
Nuestra
relación iba en sentido opuesto, empezamos siéndolo todo para el otro y
terminamos siendo el último punto de una lista.
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